martes, 19 de mayo de 2015

AUT CAESAR AUT NIHIL.

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Resulta significativo que en pleno siglo XXI nos encontremos sumergidos en la cultura de los extremos. Y no, no voy a hablar ni de política ni de religión.

El comentario de hoy quiero dedicarlo a esa vorágine, a esa locura por ser el mejor, por superar a los demás, por ser el número 1 mundial. Obtener esa posición debe provocar, evidentemente, una sensación de superioridad. Una superioridad que nos puede hacer olvidar que somos mortales.

¿Acaso es mejor persona el primer clasificado que el segundo?¿Puede haber vencedor sin vencido?¿Existirían los guapos si no existiéramos los feos? La victoria no es una cuestión objetiva; la victoria es una cuestión subjetiva un elemento relativo y relativizante. 

Son las propias victorias diarias las que nos convierten en campeones del reto continuo de vivir, de mejorar. Debemos ser campeones contra la desidia, la dejadez, la apatía y esa será nuestra gran victoria. El reto no es otro que continuar superándonos día tras día, evitando por todos los medios esa obsesión de "si no puedo ser el mejor, abandono". Aut Caesar aut nihil.

Y no es así, cada día es un reto; cada día es una nueva oportunidad de mini-superación; cada día es una oportunidad para salir de casa y mejorar el mundo. Puede que lo consigamos y puede que no. En el peor de los casos dejaremos nuestro granito de arena, nuestra aportación para mejorar nuestras vidas y las de los que nos rodean.

La verdadera victoria es para con nosotros mismos y no reside en ningún lugar lejano, sino que reside en nuestro propio afán de superación. Se trata de desmenuzar la vida en mini-retos para obtener minúsculas victorias y, paulatinamente, entrar en un círculo virtuoso que no necesita otro combustible que la propia decisión.



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