Después de releer la entrada de Elogio a la caligrafía, seguí
meditando y profundizando acerca del mismo tema.
Recuerdo, que atendiendo a la técnica, había llegado a la
conclusión de que la caligrafía servía no sólo para escribir bien y tener buena
letra, sino que también servía para mejorar la concentración y reducir el
índice de hiperactividad.
Añadamos a ello la forma, la necesidad de crear una pequeña obra
mecánica de arte. Se trata de acostumbrarnos a trabajar con la máxima precisión
y conseguir nuestra propia obra de arte, acostumbrándonos a ser generadores de
un elemento bello y precioso.
El hecho de tener que repetir hacia la saciedad una frase servía y
sirve para educar a través de las palabras. La ventaja reside en que una
muestra para copiar puede ir desde un refrán de sabiduría popular a una máxima
de Confucio, pasando por conceptos filosóficos o principios del buen ciudadano.
Todo ello resulta ser un elemento de educación subliminal.
Otro elemento denostado y al borde de la extinción es el cálculo.
¿Cómo olvidar aquellas tardes haciendo multiplicaciones y divisiones por cuatro
o cinco cifras y que, cuando acababas, te regalaban con un “haga la prueba
necesaria”? ¡Qué bonitos recuerdos!
Pues resulta que aquellas operaciones que nos esclavizaban se han
convertido en nuestro aliado para realizar unos veloces cálculos mentales.
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